viernes, 28 de noviembre de 2008

Caporales

La danza de los Caporales,es una danza de Bolivia el cual tiene sus orígenes, en el barrio de Chijini, de la ciudad de La Paz (entre los años 60 y 70) y al esfuerzo y entusiasmo de los folkloristas y bailarines, es que la Fiesta del “Señor del Gran Poder”, se convirtió en el evento folklórico, más importante de la ciudad y más tarde, llegaría a constituirse en “Patrimonio Cultural Boliviano”.
Los hermanos Estrada Pacheco, creadores del baile, se inspiraron en las danzas, que presentaron los comunarios negros (afrobolivianos), de la región paceña. La actuación de los descendientes africanos (traídos a Bolivia en la época colonial), fue gestionada, por el empresario de espectáculos Alberto Pacheco, quien se entrevistó, con el “capo” de los comunarios de Tocaña, para pedir su consentimiento, de la actuación en la capital. De ahí, viene el nombre de “Caporales” y también la vestimenta original; ya que el “capo” vestía un buzo, blusa y sombrero de ala ancha, además tenía un machete y dos cascabeles en las botas, con los que anunciaba su presencia.

De esta manera fue que, el año 1969 se presentaron, por primera vez las expresiones afrobolivianas, en la ciudad de La Paz, causando una gran sensación al público citadino. Días más tarde, los hermanos Vicente y Víctor Estrada Pacheco, se reunieron junto a su tío, Alberto Pacheco, para dar vida a una nueva danza, la de los “Caporales”. La danza de los Caporales es una tradicional manifestación folclórica que representa a1 mulato, que al considerarse el preferido del patrón reniega a su raza y en función de capataz, controla la producción de Los cítricos y cocales en la zona de Los Yungas. Con látigo en mano, martiriza a peones negros, engrillados a cadenas que producen sonidos acompasados.

"El folklore es para indios". Esa idea predominaba en gran parte de la sociedad boliviana a comienzos de los años 60. Entonces, las expresiones folklóricas se manifestaban casi clandestinamente en las calles de las laderas de la urbe paceña. Es precisamente en esos años que Víctor caminaba por las arterias de Chijini con parlantes y una surtida colección de discos de moda para amenizar fiestas juveniles. Claro, su pasión por las expresiones folklóricas —infundida por sus padres, reconocidos promotores del Gran Poder— provocaba que de rato en rato el adolescente incluyera en el repertorio musical alguna que otra ilustre morenada. "No gustaba..., la gente comenzaba a silbar al escuchar los primeros acordes", recuerda sonriente.

Pero más que la música, la obsesión de Víctor, sus hermanos y un grupo de amigos del barrio Chijini eran las danzas folklóricas, en especial las autóctonas, que por esos años eran muy poco conocidas. Con el característico ímpetu juvenil, los jóvenes formaron un cuerpo de baile que se presentaba en peñas y teatros con las danzas del k'usillo, kullawada y kallawaya. Pero no fue hasta la presentación de los negros de Tocaña —a fines de los 60, en La Paz— que la familia Estrada Pacheco decidió arriesgarse e inventar una nueva danza, inspirada en la vestimenta y la música de los afrobolivianos.

Reconocido empresario de espectáculos fue Alberto Pacheco el primero en ser seducido ante los cadenciosos ritmos y danzas de los descendientes de África. Decidido, Pacheco gestionó la actuación de los yungueños en La Paz. "Los comunarios le dijeron que debía pedir el consentimiento del capo, el caporal; un viejo negro de buzo, blusa y sombrero de ala ancha". Además, "tenía un machete y dos cascabeles en las botas con los que anunciaba su presencia", dice Víctor Estrada, sobrino de Pacheco. "'¿Cuánto nos va a cobrar?', le interrogamos al caporal, y él nos dijo que no quería dinero, sino latas de sardina Lombarda. Y se las dimos".

Así, en 1969 la ciudad de La Paz presenció por primera vez las expresiones de los afrobolivianos. Y los más de 35 comunarios de Tocaña causaron una gran sensación. "Días más tarde de esa actuación, nos reunimos para dar vida a una nueva danza que fuera tan alegre y espectacular como la de los negritos", explica Vicente Estrada, hermano menor de Víctor. Ese día se elaboró el diseño de los trajes, confeccionados luego de forma artesanal por Víctor Estrada. Su hermano, Vicente, tomó la batuta del grupo y se encargó de recoger las ideas de sus miembros.
La indumentaria era sencilla. Elaborado con tela charmé, el traje consistía de un buzo blanco y una blusa roja de manga ancha, ambos adornados con escasas lentejuelas. Además, los diseños incluían una faja negra, un sombrero de paja de ala ancha y botas negras con dos cascabeles. La pieza final era un látigo, en vez del machete original. La secuencia de la danza del caporal fue aún más difícil de idear. Pasos saltados con pies en la rodilla, piruetas, volapiés, cruces de pies... Al final, "creamos seis figuras en la casa de mi padre, debajo del puente Abaroa", explica Vicente.

Hoy, como en toda historia de este tipo, los hermanos Estrada Pacheco muestran sus diferencias a la hora de recrear aquellos días. Así, la creación de la música, por ejemplo, divide sus muchos recuerdos. Víctor afirma que fueron los integrantes de Los Payas los primeros en componer los ritmos del caporal con los sonidos de la tuntuna, ritmos que luego fueron copiados por una banda. Por su parte, Vicente aclara que la música fue compuesta originalmente por una pequeña banda sin mucha experiencia, llamada Las Sombras Fantasmas, del pueblo de Tiwanaku. Según el folklorista, los músicos construyeron el pegajoso ritmo caporal imitando con sus instrumentos los tarareos y los silbidos de los jóvenes bailarines.

Lo cierto es que luego de largas y extenuantes jornadas de prácticas, y algunas esporádicas presentaciones, los hermanos Estrada Pacheco, junto a más de 100 bailarines, conformaron la fraternidad Urus y tomaron la decisión de llevar su danza al evento folklórico más importante de La Paz: la fastuosa entrada del Señor del Gran Poder.

El inicio de la leyenda



"Así se baila, así se canta la danza del caporal. Somos los Urus, somos los Urus muchachos de corazón". Con esa lírica, creada por Santos Pacheco, la Fraternidad Urus ingresó en 1972, con su innovadora creación, en el Gran Poder. "Fue toda una sensación, algunos nos veían con la boca abierta, sorprendidos. La gente se levantaba de sus asientos y trataba de imitar los pasos", rememora René Quisbert, entonces de 17 años. Ese año, el grupo de jóvenes obtuvo el primer premio, el Carmen Rosita. Y el éxito se repitió durante los siguientes años.

"La gente nos esperaba por toda la avenida Buenos Aires y cantaba con nosotros nuestras letras. Muchos jóvenes venían y nos rogaban para ingresar a la fraternidad, pero ya no se podía recibir tanta gente", resume Eddy Pacheco, quien no dudó en renunciar a su trabajo sólo por marcharse de gira con los Urus. La recién nacida danza del caporal repercutió en el exterior y la Fraternidad Urus recibió su primera invitación para salir del país. Fue en 1975, para celebrar el aniversario de la ciudad peruana de Cusco. Fue precisamente en ese viaje donde la fama de Wálter Tataque Quisbert, entonces de 17 años, comenzó a ser labrada. "La primera vez que entró a la sala de ensayos las chicas gritaron de susto", recuerda Vicente Estrada, quien confiesa que fue una tarea titánica "doblegar los pies de plomo del gigante".

Pero Quisbert no desmayó y las anécdotas comenzaron a acumularse. Años después, luego de culminar el recorrido del Gran Poder, civiles armados esperaron al boxeador de más de dos metros de altura. "Asustado estaba el Tataque y comenzó a llorar pensando que lo iban a matar. Yo exigí acompañarlo en la furgoneta que nos llevó con nuestros trajes al Palacio de Gobierno". Allí, "el presidente Hugo Banzer, que lo había visto desde el palco de honor de la entrada, pidió que el 'Tataque' pasara a ser su guardaespaldas", narra Estrada.

Más que una simple moda

A partir de 1977, la fiesta del Gran Poder contó con la inclusión de nuevos grupos de caporales, conformados por los antiguos integrantes de la Fraternidad Urus. Nacieron así los grupos de los hermanos Escalier, Chuquiago Producción y Bolivia Joven 77, entre otros. Desde entonces se incluyeron guarachas en las mangas de las blusas, los pasos se fueron incrementando y la indumentaria comenzó a ser estilizada cada año.

El salto definitivo de la danza de los caporales, además de la presentación del baile en el carnaval de Oruro, fue en los años 80 durante la entrada universitaria. Entonces, un grupo de jóvenes de la Universidad Católica Boliviana se propuso investigar y bailar la danza. "El resto es historia", concluye Víctor Estrada, quien debido a su grave enfermedad sólo puede observar desde las graderías a la nueva generación de Urus, pues dos veces por semana el mayor de los hermanos Estrada se somete a hemodiálisis en el Hospital General.

El folklorista, que el 2001 recibió un diploma del municipio de La Paz "por su aporte a la cultura paceña con la creación de la danza de los caporales", no cuenta con apoyo estatal ni un seguro médico. "Gastamos alrededor de 350 bolivianos en cada sesión, lo que incluye el material para realizarlo", sostiene Carmen, la esposa de Estrada, y en su rostro se dibuja la desesperanza al corroborar que los gastos obligaron a la pareja a poner su casa de toda la vida en venta. Hoy, varias iniciativas se anuncian para apoyar a Víctor Estrada, pero para el artista la mejor contribución es que las actuales fraternidades de caporales en el país no olviden el origen de la danza.

Ese es igual el objetivo de la Organización Boliviana de Defensa del Folklore, que está organizando para el 4 de diciembre el encuentro de 5.000 caporales para incluir la danza en el Guinness de los Récords.
Tundiqui, saya y negros : Los Caporales

Estamos en el tiempo nuevo del Pachakuti: del eterno retorno. De la vuelta a los orígenes del mundo mítico, que se lo conjura cada vez que se realiza la fiesta. Es un retorno a los orígenes de la humanidad, donde cohabitan la naturaleza, el cielo y la tierra; el alaxpacha y Manqhapacha (arriba y abajo). Parte de este tiempo nuevo es el caos, la falta de reconocimiento de las cosas y su entorno. Esto es lo que pasa con una cultura trasladada a Los Andes como es la cultura negra o afroyungueña. Ella es fuente de las danzas del Tundiqui o Negritos, de los cuales nació la danza de los caporales. Sin embargo, no se debe confundir lo que es la Saya de los negros, con los Tundiquis o Negritos de aymaras y mestizos, con los Caporales de los sectores urbanos y clase media.

Los Afroyungueños

Eran extranjeros y no tenían residencia fija, pero el Divino Infinito, pader de los desposeídos y humildes les ofreció en herencia los Yungas, para compartirlo con aymaras y mestizos. Las poblaciones de Coroico, Mururata, Chicaloma, Calacala-Coscoma, Irupana son ahora enclaves de producción cultural afroyungueña. Su vestimenta original fue cubriendose de ropajes aymaras. Desde su desgarramiento social tuvieron que luchar fuertemente contra la agresión colonial y el marginamiento. Por esta razón sus prácticas culturales fueron perdiéndose, incluidas sus fiestas, idioma, sentido espiritual, formas de matrimonio, etc. Pero la resistencia se dio en el reducto de la danza y la música. Y una de estas danzas es la saya, junto al candombé.

La Saya

La danza y la música de la saya son la expresión más original que ellos mantinen de sus orígenes culturales: es su síntesis cultural. Tal vez por eso nadie puede interpretarla, sino los propios afroyungueños. Los instrumentos musicales que acompañan a la saya han sido reconstruidos o reinterpretados: Bombo mayor, sobre bombo, requinto, sobre requinto, y gangingo, como acompañamiento está la coancha. El ritmo y la forma de interpretar es muy particular, el comienzo de cada ritmo de saya es marcado por el cascabel del capataz o caporal que guía a la danza de la saya. El atuendo es sencillo. Las mujeres visten como las "warmis" aymaras: una blusa de colores vivos adornada con cintas. La pollera vistosa, la manta en la mano y un sombrero Borsalino. Los hombres llevan un sombrero, camisa de fiesta, una faja aymara en la cintura, pantalón de bayeta y sandalias. La tropa tiene como guía al caporal o capataz con un chicote o fuete en la mano, un panalón decorado y cascabeles en los pies: representa la jerarquía y el orden, no es el perverso y mandamás como entre los negros. El papel de la mujer en la danza es tan importante como en la comunidad. Entre ellas hay la mujer guía que ordena los cantos en la saya y dirige al grupo de mujeres. Los hombres tocan simultáneamente el bombo y uno de ellos rasga la coancha (req'e). Las mujeres cantan y danzan, moviendo las caderas, los hombros y agitando las manos, en contrapunteo o un diálogo con los hombres. La coreografía no se parece en nada al ritmo de los caporales. Los que confunden estos ritmos lamentablemente nunca han visto ni oído la danza y música de la saya. No hay matices ni semejanzas, la saya es la saya, el caporal es el caporal.
El Tundiqui o Negritos

Cuando en principio los negros compartieron el territorio, la cultura y el tiempo históricos con los aymaras, ambos desconocidos se reconocieron como parte de trabajo explotado. Pero fue la lucha por la libertad la que unió a los desposeídos. Al mismo tiempo, la historia y la geografía se encargaron de posibilitar un diálogo entre culturas. El aymara, hombre libre desde sus orígenes, siempre admiró a los negros por su paciencia y rebeldía. Los aymaras, excelentes anfitriones, reconocieron en el negro a un hermano de lucha por la libertada. Como muestra tenemos a la leyenda del Sambo Salvito, quien tenía entre sus amigos a muchos indígenas aymaras de Yungas.